Se me partieron los labios el día que me negaste un beso.
Me fui de ahí, con una vibra en los labios que, al rechazo, chocaron con la mejilla de aquel que hace que me tiemblen las manos.
Y es que tu me provocas un amor y un miedo que tiran tan fuerte que siento como el pecho se me parte. Entre la adoración y el repudio eres la marea que va y viene, que te revuelca en la arena y que en sus brazos te ahoga.
Te amo y por eso odio cuando estás lejos, te odio porque amo que estés cerca, Y odio tenerte cerca y amo cuando estás lejos.
Temo horriblemente el impulso que me lleva a querer besarte intensamente y que tú lo rechaces, y odio plenamente que llegues y me beses y no pueda hacer más que adorar aquello. Una dicotomía digna para partirle a uno los sesos y vivir la más pura esquizofrenia de adorar al rey del día de muertos. ¿Habrá acaso Dios más completo para adorar que aquel que te da luz y sombra, amor y rechazo? ¿Aquel que te eleva y también te hunde?
Contigo vuelo y soy libre, y es precisamente a ti a quien siento menos libertad de amarle. Me elevas a tocar las nubes con la punta de los dedos y también me tumbas repetidamente a besarle los huesos a la tierra.
Soy todo de lo que no quieres nada más que todo lo que ya somos. ¿Habrá acaso amor más honesto?
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