Cómo crear una adicción.

Invítale un café, salgan por la noche a caminar bajo la sonrisa de la luna y los ojos de las estrellas.
Mírale fijamente a los ojos por 5 segundos… o diez… o más… descubrirás que entre más le mires más hipnótico se vuelve todo.
Ya que estás ahí, clavado en sus ojos, dale un pico en los labios: siente la textura, la temperatura, el sabor… si es necesario, muérdelos, y verás como nuevos sabores se desprenden de su boca. Saborea su lengua como si de fresa se tratase y succiona sus labios como un helado de vainilla que se derrite en verano.
Invítale a ver el atardecer, mejor si es en una terraza o techo, así estarán los dos por encima del resto del mundo, alejados de la civilización y podrán vislumbrar las maravillas que el cielo proyecta conforme se consumen los restos del día. Abraza sus pensamientos, adora sus locuras, escucha sus silencios y acuna sus sueños, que no hay nada más bello que descubrir la complejidad de una mente y la sencillez de un alma.
¿Quieres perderte totalmente? Invítale a pasar la noche. Pasen juntos el rato en el que más vulnerable se encuentra el ser humano: bajo la influencia de la somnolencia que derrumba las barreras y resalta los deseos. Vuelve a mirarle, ahora con todos los sentidos, observa, toca, escucha, olfatea, saborea, siente… vibra, conexión. Y si logran ahí, desnudos los dos, completamente desprotegidos, desarmados, vulnerables, abiertos, si logran en ese estado sentirse seguros, cómodos, protegidos… créeme, que ya se ha trascendido a otro nivel.

Por último, si es que pasaron la noche, si al final compartieron en la misma cama el descanso, el sueño, el calor, el reposo. Si la luna se fue sin despedirse y entonces comienza a espiarles el sol, ten cuidado, mucho cuidado, porque si al llegar la mañana, ves a la persona amada abrir los ojos, sonreirte, que te besa los labios y te susurra “buenos días”, créeme, amigo, que ahora sólo vivirás por la espera de volver a ver ese rostro amanecer descansando en tu almohada.


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